lunes, 24 de mayo de 2010

tengo sueño, estoy cansada..


Los pasillos en la tienda se hacen uno con mis pies cansados. Quisiera comer. Y a la vez no lo deseo. Pensar en que tendré que repetir la misma platica de los últimos dos fines de semana, me crispa los nervios. De nuevo preguntaremos los nombres, se sorprenderá al saber mi edad y decirme lo 'pequeña’ que me veo, le explicaré mi carrera, y ella la suya, comenzaremos a comer, y después de un rato la cuestión forzada sobre el novio, y el tiempo que llevo con él; ahora querrá saber más sobre mis gustos, mi familia y cosas que no querré decir y será hora de volver al pasillo o a la carpa y seguir contando el tiempo que falta para salir, pelando los dientes, oliendo a comida, a pollo, a tortas, aguacate.

Me he convertido en experta adivinando el tiempo, calculando que después de entrar, solo han pasado veinte asquerosos minutos y que ya me quiero ir. Tendré sed seguramente.
Me estoy quedando dormida recargada en el refrigerador de la cerveza fría, con mi insulso uniforme, mi sonrisa hipócrita, ofreciendo alcohol a viejos con familia, solteros, jóvenes, mal educados y groseros unos, elegantes y amables otros. Siete horas del domingo que solía pasar gastando mis pupilas en libros, periódicos y siestas intermedias. Me hace falta volver a mi antigua forma de holgazana y quedarme ensopada de sudor dominguero en mi cama oyendo el radio, el jazz y el programa de bossanova de las ocho.
Ojalá que el día se pase pronto. Nunca pensé querer que se acabara el fin de semana.
Ahora soy uno más de esos seres en encierro que no saben si el sol quema, o la lluvia golpea o si el mundo colapsa en la calle aledaña; me eh convertido en una más que desprecia lo cara de la vida, el esfuerzo, los trabajos inútiles y mal pagados. Ahora entiendo eso de empobrecer el alma con el trabajo. Nada es justo. Pero confío en que llegará el momento en que trabajar sea sinónimo de placer. Hedonista hasta el final, celebrando con vino, descanso y gente.

martes, 11 de mayo de 2010

Desde la nada...



Hace un momento me di cuenta de que habrá una pequeña ‘fiesta’ el jueves, en el rotario, una de esas reuniones tipo bienvenida o despedida que tanto me gustan. Cerveza a diez pesitos y la entrada igual, y la verdad estos días eh tenido unas ganas muy intensas de tomarme una cervecita, no sé si a causa del calor, o el estrés por comenzar cosas nuevas y mirar cómo poco a poco todo tiene que tomarse más enserio. Dejar de faltar a ciertas clases, llegar temprano a ciertos lugares, dejar de hacerle caras a cierta gente molesta y crecer.
Me fastidié mucho al enterarme y saber tristemente que no podré ir y sentir ese adormecimiento del que habla Ivonne en su más reciente publicación; esa sensación floja, colgante, que me hace decir chistes, reír hasta llorar y amar con toda la intensidad que pueda sentir en ese instante.
Me enoja muchísimo andar tan lejos, tan presionada con los tiempos, con el mugroso camión que no vale los ocho pesos diarios que les doy por que me trasladen del todavía ‘más allá’ del pueblito a tecnológico y todavía tener que caminar más o agarrar otro camión en iguales condiciones, en un asiento en el cual si tuviera un poco más de peso, seguramente se desbarata, y ni qué decir de la molesta musiquita a todo volumen que han de pensar que nos gusta mucho a todos los pasajeros. Confieso que comienzo a despreciar el programa de Jackson gruperísimo, su risa que a mi no me da gracia y los chistes matinales en la radio. Será que simplemente no es mi estilo. Tal vez si me estoy haciendo vieja.
Nunca creí extrañar tanto aquella vieja y sucia casa, de donde tantas veces quise salir corriendo y dejar atrás. Hoy la necesito, para salir a caminar, ir a la deportiva y correr un poco, extraño el aroma a pan el día entero, mis amigas a quienes veía casi a diario, las reuniones en las casas para ver películas, comer helados de mantecado y roles de canela de la tiendita que esta por casa de Jaz. Extraño mi movilidad, y poder salir a tomar una cerveza feliz y libremente y llegar a mi casa a una hora normal y aceptable sin tener que esperar a que vayan por mi, además de las salidas expresos a lugares donde según dicen todo se puede…como Guanajuato, aunque irónicamente ahora estoy a sólo quince minutos y no puedo hacer todo lo que quiera.
Me enferma el silencio caluroso de esta colonia nueva, la soledad en las calles y sobre todo el ladrar psicótico de mis perros, quienes al no ver personas o escuchar el ruido de los autos o carreolas,se exaltan ante el más mínimo movimiento o sonido que se presta en esta callesucha.
Y no es que pretenda poner límites a los anhelos de mis padres, pero todo aquello que tenía se desequilibro. Ojalá regresara pronto, ahora que mi mundito interno comienza a estabilizarse.
Hace unas horas murió el cotorro azul de mi padre. No sabía que le había puesto nombre. Hasta hoy nos lo dijo. Traía los lentes oscuros, como de funeral y el humor apagado, no se reía de mis boberías ni quiso comer tanto, sólo se lamentaba por el pequeño ‘Honorio’ que llevaba ya poco más de tres años con nosotros. –Se supone que si volvíamos a la otra casa, regresaríamos todos juntos – Dijo mi padre y siguió conduciendo. Mi padre no fue el único que sufrió la pérdida, pues Honorio ha dejado viuda a una cotorrita verde, de la cual su nombre es para mi otra incognita que seguro dejará de serlo el día en que también esté en su lecho mortuorio y mi padre nos lo diga.
Antes de irse al trabajo, el cotorrito aún estaba vivo. Llame a mi madre y le conté primero, prefiero que ella se lo diga, es algo que de verdad lo pondrá triste.
No sé por qué pero me dieron ganas de escuchar black bird de los Beatles y regresar a mi calle…aunque no sea bonita, y aunque la gente no sea tan amable.